Desde finales del siglo xix, cuando la fotografía permitió ver el mundo como una exposición, no hemos querido vivir, decía Calvino, sino «de la manera más fotografiable posible». Ahora, en la proliferación extrema de dispositivos de registro visual y de aplicaciones en red para la compartición de imágenes, nuestros escenarios de vida adoptan, más que nunca, lo que Kracauer llamó «un rostro fotográfico». Un sinfín de herramientas, aplicaciones y filtros se orientan a facilitarnos esa mera idoneidad de las cosas y de los rostros como imagen. Se trata de ese doble juego, encomendado a los dispositivos de registro visual, de certificar la experiencia a la vez que de rechazarla, o de limitarla, al menos, a lo que implicaría la búsqueda de lo fotogénico.
Juan Martín Prada. El ver y las imágenes en el tiempo de Internet