
Lo invisible y eterno se manifiesta a través de lo visible y temporal.
Hildegarda de Bingen. Scivias: Conoce los caminos
Frases y fragmentos de libros que te harán pensar
Lo invisible y eterno se manifiesta a través de lo visible y temporal.
Hildegarda de Bingen. Scivias: Conoce los caminos
Adán hubiera podido culpar a su mujer por traerle la muerte con su consejo y, en cambio, no la abandonó mientras vivió en este mundo, porque sabía que le había sido entregada por el poder divino.
Hildegarda de Bingen. Scivias: Conoce los caminos
Esta idea se refleja en la afirmación común de que “las mismas causas producen siempre los mismos efectos”, que, enunciada de esta forma, es bastante absurda, ya que en realidad nunca puede haber ni las mismas causas ni los mismos efectos en un orden sucesivo de manifestación; y ¿no llegamos incluso a decir que “la historia se repite”, cuando la verdad es que sólo hay correspondencias analógicas entre ciertos períodos y entre ciertos acontecimientos?”
René Guénon. El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos
La palabra “confusión” es muy apropiada en este caso, ya que evoca la indiferenciación potencial del “caos”, y de eso se trata, ya que el individuo tiende a reducirse a su único aspecto sustancial, es decir, a lo que los escolásticos llamarían una “materia informe” en la que todo está en potencia y nada en acto, de modo que el término último, si se pudiera alcanzar, sería una verdadera “disolución” de todo lo que hay de realidad positiva en la individualidad; y debido a la extrema oposición entre uno y otro, esta confusión de seres en la uniformidad aparece como una parodia siniestra y “satánica” de su fusión en la unidad.
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Hay que señalar en primer lugar que, a pesar de todas las malas interpretaciones occidentales de nociones como Moksha y Nirvana, la extinción del “yo” no es en absoluto una aniquilación del ser, sino que implica, por el contrario, una “sublimación” de sus posibilidades.
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Estos hombres, reducidos a meras “unidades” numéricas, serán alojados, no diremos en casas, pues esa misma palabra sería impropia, sino en “colmenas” cuyos compartimentos estarán todos trazados sobre el mismo modelo y amueblados con estos objetos “fabricados en serie” para hacer desaparecer toda diferencia cualitativa del entorno en el que vivirán. Basta con examinar los proyectos de algunos arquitectos contemporáneos (donde ellos mismos califican estas viviendas de “máquinas vivientes”) para ver que no estamos exagerando nada; ¿qué ha sido del arte y la ciencia tradicionales de los antiguos constructores y de las reglas rituales que presidían el establecimiento de ciudades y edificios en las civilizaciones normales? Sería inútil insistir en ello, pues habría que estar ciego para no darse cuenta del abismo que separa a la civilización moderna de éstas, y todos estarán sin duda de acuerdo en lo grande que es la diferencia. Sólo que lo que la inmensa mayoría de los hombres celebran hoy como “progreso” es precisamente lo que nos parece, por el contrario, una profunda decadencia, pues es evidente que no son más que los efectos del movimiento descendente, cada vez más acelerado, que arrastra a la humanidad moderna hacia los “bajíos” donde reina la pura cantidad.
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También podemos entender, a partir de estas últimas consideraciones, cómo la iniciación, tomando la profesión como “soporte”, tendrá al mismo tiempo, e inversamente en cierto modo, una repercusión en el ejercicio de esta profesión. El ser, en efecto, habiendo realizado plenamente las posibilidades de las que su actividad profesional no es más que una expresión externa, y poseyendo así el conocimiento efectivo de lo que es el principio mismo de esta actividad, realizará en adelante conscientemente lo que al principio no era más que una consecuencia “instintiva” de su naturaleza; y así, si el conocimiento iniciático nace para él de la profesión, ésta, a su vez, se convertirá en el campo de aplicación de este conocimiento, del que ya no podrá separarse. Habrá entonces una perfecta correspondencia entre el interior y el exterior, y la obra producida ya no será simplemente la expresión en cierto grado y de manera más o menos superficial, sino la expresión verdaderamente adecuada de la persona que la concibió y ejecutó, lo que constituirá una “obra maestra” en el verdadero sentido de la palabra.
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Si el oficio es algo propio del hombre, y una manifestación o expansión de su propia naturaleza, es fácil comprender que pueda servir de base a una iniciación, e incluso que sea, en el caso general, lo más adecuado para este fin. En efecto, si el objetivo de la iniciación es esencialmente ir más allá de las posibilidades del individuo humano, no es menos cierto que solo puede tomar como punto de partida a este individuo tal como es, pero, por supuesto, tomándolo en cierto modo por su lado superior, es decir, apoyándose en lo que hay en él más propiamente cualitativo. De ahí la diversidad de vías iniciáticas, es decir, en definitiva, los medios utilizados como “soportes”, conforme a la diferencia de las naturalezas individuales, interviniendo esta diferencia tanto menos, por otra parte, cuanto más avanza el ser en su camino y se acerca así a la meta que es la misma para todos.
Los medios así empleados sólo pueden ser eficaces si corresponden realmente a la naturaleza misma de los seres a los que se aplican; y como es necesario proceder de lo más accesible a lo menos accesible, de lo exterior a lo interior, es normal tomarlos de la actividad por la que esta naturaleza se manifiesta en el exterior. Pero sobra decir que esta actividad sólo puede desempeñar tal papel en la medida en que traduce efectivamente la naturaleza interior; se trata, pues, de una verdadera cuestión de “cualificación”, en el sentido iniciático del término; y en condiciones normales, esta “cualificación” debería exigirse para el ejercicio de la propia profesión.
Esto concierne al mismo tiempo a la diferencia fundamental entre la enseñanza iniciática, e incluso más generalmente toda la enseñanza tradicional, y la enseñanza profana. Lo meramente “aprendido” del exterior no tiene aquí ningún valor, sea cual sea la cantidad de las nociones así acumuladas (pues también en esto se manifiesta claramente el carácter cuantitativo del “conocimiento” secular); de lo que se trata es del “despertar” de las posibilidades latentes que el ser lleva en sí mismo (y éste es, en esencia, el verdadero sentido de la “reminiscencia” platónica).
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En la concepción tradicional, son las cualidades esenciales de los seres las que determinan su actividad; en la concepción profana, por el contrario, estas cualidades ya no se tienen en cuenta, considerándose a los individuos únicamente como “unidades” intercambiables y puramente numéricas.
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Los modernos, en la concepción disminuida que tienen del arte, lo relegan a una especie de dominio cerrado que ya no tiene ninguna relación con el resto de la actividad humana, es decir, con todo lo que consideran que constituye lo “real” en el sentido tan burdo que este término tiene para ellos. E incluso llegan a calificar este arte, así despojado de toda significación práctica, como una “actividad de lujo”, expresión verdaderamente característica de lo que podría llamarse, sin ninguna exageración, la “estulticia” de nuestro tiempo.
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