Nada odia más el fanático que al audaz contradictor de su verdad; porque, por más que alardee de imparcial, allá en el fondo de su conciencia no está muy seguro de aquella y mira con horror a cuantos le disputan el tesoro de su fe, a la que debe, aparte la tranquilidad del ánimo, el inestimable don del ahorro del pensamiento. De mí se puede decir que, por haber olvidado este consejo -harto vulgar por otra parte-, he perdido docenas de amigos. Aunque bien miradas las cosas, ¿merecen el nombre de tales quienes, en su intransigencia dogmática, pretenden arrebatarnos el excelso privilegio de discurrir por cuenta propia?
Santiago Ramón y Cajal. Charlas de café