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Así se aprende

Frases y fragmentos de libros que te harán pensar

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Frases y fragmentos de libros que te harán pensar

Tema: Ciudad

De deseos y temores

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Ocurre con las ciudades lo que en los sueños: todo lo imaginable puede ser soñado, pero hasta el sueño más inesperado es un acertijo que esconde un deseo, o bien su inversa, un temor. Las ciudades, como los sueños, están construidas de deseos y de temores, aunque el hilo de su discurrir sea secreto, sus normas absurdas, sus perspectivas engañosas, y cada cosa esconda otra.

Italo Calvino. Las Ciudades Invisibles

Siguen dando su forma a los deseos

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Es inútil decidir si ha de clasificarse a Zenobia entre las ciudades felices o entre las infelices. No tiene sentido dividir las ciudades en estas dos clases, sino en otras dos: las que a través de los años y las mutaciones siguen dando su forma a los deseos y aquellas en las que los deseos, o logran borrar la ciudad, o son borrados por ella.

Italo Calvino. Las Ciudades Invisibles

Solo eres su esclavo

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La ciudad se te aparece como un todo en el que ningún deseo se pierde y del que tú formas parte, y como ella goza de todo lo que tú no gozas, no te queda sino habitar ese deseo y contentarte. Tal poder, que a veces dicen maligno, a veces benigno, tiene Anastasia, ciudad engañosa: si durante ocho horas al día trabajas tallando ágatas ónices crisopacios, tu afán que da forma al deseo toma del deseo su forma, y crees que gozas de toda Anastasia cuando solo eres su esclavo.

Italo Calvino. Las Ciudades Invisibles

Quién no es infierno

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El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar y darle espacio.

Italo Calvino. Las Ciudades Invisibles

La protección de las ciudades

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Aunque los hombres comenzaron a reunirse por instigación de la naturaleza, sin embargo buscaban la protección de las ciudades por la esperanza de conservar sus bienes.

Cicerón. Los deberes

La moralidad de una ciudad

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A la manera de las plantas son los hombres: vegetan en paz mientras viven apartados; mas, en cuanto constituyen bosque y, por tanto, se apiñan demasiado, luchan encarnizadamente por la luz, el aire, el agua y la tierra. No sin razón se ha podido afirmar que la moralidad de una ciudad está en razón inversa del número de sus habitantes. 

Santiago Ramón y Cajal. Charlas de café

El proletario de ciudad

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Entre el pequeño propietario rural, elemento básico y conservador de toda nacionalidad, y el proletario de la ciudad, existirán siempre, a despecho de predicaciones socialistas, comunistas y sindicalistas, antagonismos más irreductibles que entre el aristócrata y el pordiosero.

Santiago Ramón y Cajal. Charlas de café

La culpa no está en los lugares

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Por ser muy propio de enfermos no durar mucho en un estado, tomando por remedio las mudanzas. De aquí nace el hacerse vagas peregrinaciones y el navegar remotos mares haciendo, ya en el agua y ya en la tierra, experiencia de la enemiga liviandad. Unas veces decimos que queremos ir a la provincia de Campania; y cuando nos cansa lo deleitable, pasamos a los bosques Brucios y Lucanos; y tras esto queremos que en la montaña se procure algún sitio de recreación en que los lascivos ojos se eximan de la prolija inmundicia de lugares hórridos; y para esto vamos a Taranto, y a su celebrado puerto y a otros sitios de cielo más templado, para pasar el invierno en las casas que fueron otro tiempo capaces y opulentas a su antigua población.

Luego decimos «Volvamos a la ciudad, porque ha muchos días que nuestras orejas carecen del estruendo y aplauso, y tenemos gusto de ver en los espectáculos derramar sangre humana, pasando de unas fiestas en otras.» Y de este modo, como dijo Lucrecio, anda cada uno huyendo de sí: pero ¿de qué le aprovecha, si nunca acaba de ejecutar la huida? Va siguiéndose a sí mismo, con que le molesta un pesado compañero. Conviene, pues, que nos desengañemos, confesando que la culpa no está en los lugares, sino en nosotros, que somos flacos para sufrir mucho tiempo el trabajo o el deleite, nuestras cosas o las ajenas.

Séneca. De la tranquilidad del ánimo

Ciudad y virtud

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Así resulta también manifiesto que la ciudad que verdaderamente lo es, y no solo de nombre, debe preocuparse de la virtud; porque, sí no, la comunidad se convierte en una alianza que solo se diferencia localmente de aquellas en que los aliados son lejanos; y la ley en un convenio, y, como dice Licofrón el sofista, en una garantía de los derechos de unos y de otros, pero deja de ser capaz de hacer a los ciudadanos buenos y justos.

Aristóteles. Política

Entre la servidumbre y el libertinaje

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En Europa hay naciones en las que el habitante se considera como una especie de colono indiferente al destino del lugar donde vive. Los cambios más grandes sobrevienen en su país sin su contribución; no sabe ni siquiera qué ha pasado con exactitud; lo imagina; ha oído contar el evento por azar. Más aún, la fortuna de su ciudad, el aseo de su calle, la suerte de su iglesia y de su rectoría no le afectan en absoluto; piensa que todas estas cosas no le conciernen, y que pertenecen a un poder extraño que se llama el gobierno. Disfruta de estos bienes como un usufructuario, sin sentido de propiedad y sin ideas de mejora de ningún tipo.

Este desinterés por él mismo llega tan lejos que si su propia seguridad o la de sus hijos se ve finalmente comprometida, en vez de ocuparse de alejar el peligro, pliega los brazos para esperar a que la nación entera le ayude. Este hombre, por otra parte, aunque haya hecho un sacrificio tan completo de su libre albedrío, no ama más que otro la obediencia. Se somete, ciertamente, a la voluntad de un funcionario; pero se complace en hacer frente a la ley como un enemigo vencido luego que la fuerza se retira.

Por eso vemos que oscila constantemente entre la servidumbre y el libertinaje. Cuando las naciones llegan a este punto, deben modificar sus leyes y sus costumbres, o desaparecer, porque la fuente de las virtudes públicas se han secado: aún se encuentran súbditos, pero ya no hay ciudadanos.

Alexis de Tocqueville. La democracia en América

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