En el discurso del capitalista, en cambio, la instancia prohibitiva se anula para ventaja de un super-yo no menos exigente, que por su parte apremia de este modo: consume, dilapida, goza, pues te espera la felicidad aquí y ahora, entera y rápidamente, sin obstáculos internos ni posiblemente externos. El mundo está para que goces de él; no te sometas a la ley del otro; cree en tu imaginario como en la cosa más verdadera y justa que pueda haber. Tienes derecho a ello, y, si se te niega, eres una víctima. A ti –como a todos, pero a ti de manera especial– te espera el acceso a esa cosa siempre perdida que es la fusión con el cuerpo de la madre, la unidad original que se quebrantó, el fin del esfuerzo, la descarga definitiva de toda posible tensión.
Daniele Giglioli. Crítica de la víctima