Yo los miro, y la sala no es sino carne viva y vestida. Y adornan los muros como moscas, hasta el techo. Y veo esos centenares de rostros blancos. El hombre se aburre, y la ignorancia le es atada desde su nacimiento. Y no sabiendo nada de como esto comienza o termina, es por esto por lo que va al teatro. Y se mira a sí mismo, las manos sobre las rodillas. Y llora y ríe, y no tiene ninguna gana de irse. Y los miro también, y sé que allí está el cajero que sabe que mañana se le revisarán los libros, y la madre adúltera cuyo hijo acaba de caer enfermo, y el que acaba de robar por primera vez, y el que nada ha hecho en todo el día. Y miran y escuchan como si durmieran.
Paul Claudel. El Intercambio