No pedían ser felices, pero, una vez habiéndose reconocido, rogaban temblando que aquello durase, Dios mío, que durase…que uno de ellos no se convirtiera, de pronto, en un extraño para el otro, que subsistiera esa fraternidad inesperada, más rara que el deseo, más preciosa que el amor —o que quizá era el amor, a fin de cuentas—.
Pauline Réage. Retorno a Roissy