Acostúmbrate, en todo aquello que veas hacer, en cuanto te sea posible, a preguntarte a ti mismo: «Este ¿qué fin lleva en eso?». Mas procura empezar por ti mismo y examínate a ti mismo primeramente.
Acuérdate de que lo que te agita a manera de un títere es una cierta fuerza oculta en tu interior; y esta fuerza es la actividad, es la vida, es, si así puede decirse, el hombre mismo. Nunca confunda tu imaginación esta fuerza con el receptáculo que lo encierra y los miembros moldeados a su alrededor; porque éstos son muy parecidos a los utensilios, y sólo diferentes en que nos pertenecen por nacimiento. Puesto que, estas partes de nosotros mismos, sin la causa que los moviliza y les torna el reposo, no tendrían otra utilidad que la que tiene la lanzadora para la tejedora, la pluma para el escribano, el látigo para el cochero.
¿Llegarás a ser algún día, alma mía, buena, recta, uniforme, desnuda, más patente a todos que el cuerpo que te envuelve? ¿Empezarás a complacerte en la benevolencia y el amor para con todo? ¿Te hallarás satisfecha alguna vez, sin necesidad de nada, sin ansias, sin codiciar cosa alguna animada ni inanimada para goce de tus placeres, sin desear una prórroga para disfrutarlos más tiempo, ni otro lugar, otra región u otro clima más benigno, ni una sociedad más adaptada a tu genio? Antes bien, ¿te contentarás con tu presente situación, tendrás gusto en cuanto te acontece ahora? ¿Te persuadirás a ti misma que todo te va bien?
Pon tu atención en lo que tienes entre manos, vigila la actividad en curso, el principio idóneo, el sentido de las palabras. Con razón llevas tu merecido. Pues esperas aplazar hasta mañana el ser bueno, antes que serlo desde hoy mismo.
Si ejecutas la acción presente siguiendo la recta razón, celosamente, con firmeza, benevolencia y sin preocupación superflua, antes bien, conservando tu genio constantemente puro, como si debieras restituirlo al punto; si añadieres la condición de no esperar nada ni nada evitar, dándote por satisfecho con el trabajo presente conforme a la naturaleza y, en cuanto digas o propongas, con una sinceridad heroica, vivirás feliz. Y nadie podrá impedírtelo.
Nunca juzgues útil para ti mismo lo que tal vez te obligue algún día a quebrantar la palabra dada, a renunciar al pudor, a odiar; recelar, imprecar, disimular, desear lo que sólo puede hacerse a puertas cerradas y tras las cortinas.
El arte de la vida se parece más al arte del luchador que al del bailarín, en este sentido: debe estar dispuesto y firme para enfrentarse a acontecimientos que son repentinos e inesperados.
Acepta el arte que has aprendido, y gózate en él. Y lo que te restare de vida, pásalo como quien lo confía todo, desde lo profundo del alma, a los dioses, sin hacerse tirano ni esclavo de nadie.
A la manera que suelen desazonarte los juegos del anfiteatro y otros espectáculos semejantes, porque se ve siempre lo mismo, y la monotonía engendra tedio en el espectáculo, del mismo modo podrá también sucederte a lo largo de tu vida; puesto que todas las cosas, de arriba abajo, son siempre las mismas y provienen de idénticas causas. Y esto ¿hasta cuándo?