Las palabras más antiguas de nuestra lengua son como las casas habitadas por fantasmas. El nuevo propietario puede esforzarse todo lo que quiera en no subir al desván (o en no bajar al sótano), en no abrir aquella puerta y en encender siempre la luz por la noche. Los susurros de quien llegó antes atraviesan las paredes; no hay lámpara que disperse las sombras. O recuerdan la caja de los ilusionistas. Abierta, parece vacía. La cierras, la vuelves a abrir, y sale la paloma blanca con su característico batir de alas.
Nicola Gardini. Viva el latín! Historias y belleza de una lengua inútil