El uno va hacia el prójimo porque se busca a sí mismo, y el otro porque quiere perderse a sí mismo. Vuestro desamor por vosotros mismos convierte en una prisión vuestra soledad.
Friedrich Nietzsche. Así habló Zaratrusta
Frases y fragmentos de libros que te harán pensar
El uno va hacia el prójimo porque se busca a sí mismo, y el otro porque quiere perderse a sí mismo. Vuestro desamor por vosotros mismos convierte en una prisión vuestra soledad.
Friedrich Nietzsche. Así habló Zaratrusta
El problema del amor consiste, en esta orientación, casi exclusivamente en “ser amado” y no en amar. Tales personas tienden a no discriminar en la elección de los objetos de su amor, debido a que el ser amado por cualquiera es una experiencia tan sobrecogedora para ellos, que “se prendan” de cualquiera que les ofrezca amor o algo que parezca ser amor.
Erich Fromm. Ética y psicoanálisis
Todos los hombres son “idealistas” y luchan por algo que está más allá de la obtención de satisfacciones físicas. Difieren en cuanto a la clase de ideales en que creen. Tanto las manifestaciones más nobles de la mente del hombre como las más satánicas no son expresiones de su carne, sino de este “idealismo” de su espíritu. Por consiguiente, el punto de vista relativista, que sostiene que el tener algún ideal o algún sentimiento religioso es valioso en sí mismo, es peligroso y erróneo.
Debemos entender todos los ideales, incluyendo aquellos que aparecen en las ideologías seculares, como expresiones de la misma necesidad humana y debemos juzgarlos de acuerdo con su verdad; es decir, de acuerdo con el grado en que conducen al despliegue de los poderes del hombre y en que constituyen una respuesta real a la necesidad del hombre de lograr equilibrio y armonía en el mundo. Repetimos, entonces, que la comprensión de la motivación humana debe partir de la comprensión de la situación humana.
Erich Fromm. Ética y psicoanálisis
A pesar de todo el énfasis que la sociedad moderna ha puesto en la felicidad, en la individualidad y en el propio interés, ha enseñado al hombre a sentir que no es su felicidad (o si queremos usar un término teológico, su salvación) la meta de la vida, sino su éxito o el cumplimiento de su deber de trabajar. El dinero, el prestigio y el poder se han convertido en sus incentivos y sus metas. Actúa bajo la ilusión de que sus acciones benefician a sus propios intereses, aunque de hecho sirve a todo lo demás, menos a los intereses de su propio ser. Todo tiene importancia para él, excepto su vida y el arte de vivir. Existe para todo, excepto para sí mismo.
Erich Fromm. Ética y psicoanálisis
El amor no es un poder superior que descienda sobre el hombre, ni tampoco un deber que se le haya impuesto; es su propio poder, por medio del cual se vincula a sí mismo con el mundo y lo convierte en realmente suyo.
Erich Fromm. Ética y psicoanálisis
En verdad, hay menos razones para asombrarse por el hecho de que haya tanta gente neurótica que por el fenómeno de que la mayoría de las gentes estén relativamente sanas a pesar de las muchas influencias adversas a las que se ven expuestas.
Erich Fromm. Ética y psicoanálisis
Veo muy claramente en la igualdad dos tendencias: una que lleva el espíritu de cada hombre hacia pensamientos nuevos, y la otra que lo reduce fácilmente a no pensar más. Y veo que, bajo el imperio de ciertas leyes, la democracia ahogará la libertad intelectual que el estado social democrático favorece, de tal manera que, después de haber destruido todos los obstáculos que antiguamente le imponían las clases o los hombres, el espíritu humano se encadenará estrechamente a las voluntades generales de la mayoría.
Alexis de Tocqueville. La democracia en América
En Europa hay naciones en las que el habitante se considera como una especie de colono indiferente al destino del lugar donde vive. Los cambios más grandes sobrevienen en su país sin su contribución; no sabe ni siquiera qué ha pasado con exactitud; lo imagina; ha oído contar el evento por azar. Más aún, la fortuna de su ciudad, el aseo de su calle, la suerte de su iglesia y de su rectoría no le afectan en absoluto; piensa que todas estas cosas no le conciernen, y que pertenecen a un poder extraño que se llama el gobierno. Disfruta de estos bienes como un usufructuario, sin sentido de propiedad y sin ideas de mejora de ningún tipo.
Este desinterés por él mismo llega tan lejos que si su propia seguridad o la de sus hijos se ve finalmente comprometida, en vez de ocuparse de alejar el peligro, pliega los brazos para esperar a que la nación entera le ayude. Este hombre, por otra parte, aunque haya hecho un sacrificio tan completo de su libre albedrío, no ama más que otro la obediencia. Se somete, ciertamente, a la voluntad de un funcionario; pero se complace en hacer frente a la ley como un enemigo vencido luego que la fuerza se retira.
Por eso vemos que oscila constantemente entre la servidumbre y el libertinaje. Cuando las naciones llegan a este punto, deben modificar sus leyes y sus costumbres, o desaparecer, porque la fuente de las virtudes públicas se han secado: aún se encuentran súbditos, pero ya no hay ciudadanos.
Alexis de Tocqueville. La democracia en América
¿Todos los siglos se han parecido al nuestro? ¿El hombre ha tenido siempre ante los ojos, como en nuestros días, un mundo donde nada está ligado, donde la virtud no tiene genio, y el genio no tiene honor; donde el amor por el orden se confunde con el gusto por los tiranos, y el culto sagrado de la libertad con el desprecio de las leyes; donde la conciencia no lanza más que una luz dudosa sobre las acciones humanas; donde ya nada parece prohibido, ni permitido, ni honesto, ni vergonzoso, ni verdadero, ni falso?
Alexis de Tocqueville. La democracia en América
La sociedad está tranquila, no porque tenga conciencia de su fuerza y de su bienestar, sino, al contrario, porque se cree débil y frágil; tiene miedo de morir haciendo un esfuerzo; todos notan las cosas que van mal, pero nadie tiene el coraje y la energía necesarios para buscar una mejora; se tiene deseos, pesares, tristezas y alegrías que no producen nada de visible ni duradero, semejantes a pasiones de viejos que acaban en la impotencia.
Alexis de Tocqueville. La democracia en América