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Así se aprende

Frases y fragmentos de libros que te harán pensar

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Frases y fragmentos de libros que te harán pensar

Frases de Dinero

Lo pagado por lo servido

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Lo más interesante de mi vida es que no fui nada, que no soy nadie, ni tengo nada, ni lo tendré, ni lo quiero. Yo jamás he recibido ninguna adehala, sueldo o gratificación del Estado. Me atengo a lo pagado por lo servido: artículo que escribo, artículo que cobro, y entrada por salida.

Mariano de Cavia. Azotes y galeras

Los malos obreros

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He aquí una opinión muy extendida: los malos obreros (que constituyen mayoría en muchas ramas de la industria) profesan, decididamente, la opinión de que ellos deberían tener las mismas ganancias que los buenos, y que no se debería permitir que nadie, ni por habilidad ni destreza, ganase más que los demás. Y ellos emplean una policía moral, que llega a ser a veces una policía física, para impedir que los obreros hábiles reciban, o que los patrones den, una remuneración mayor por mejores servicios.

John Stuart Mill. Sobre la libertad

Los verdugos del exotismo

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Los ricos que basan su día a día en la opulencia, el despilfarro y la ostentación son los máximos enemigos del lujo; las gentes que bajo la infame excusa de la creatividad zozobran en una diletante marejada de estímulos, ingenios y novedades destruyen la posibilidad de todo éxtasis dionisíaco; los turistas impenitentes que reniegan por completo de la patria para vivir en una recolección planetaria de souvenirs y experiencias, son los más feroces verdugos del exotismo.

Jorge Freire. Agitación. Sobre el mal de la impaciencia

Di que amas

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Dilige et quod vis fac, escribía San Agustín: “Ama y haz lo que quieras” … En nuestros días sería más bien: Di que amas y haz negocio.

Philippe Muray. El Imperio del Bien

Dos desequilibrios que se suman

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Materialidad y sentimentalidad, muy lejos de oponerse, no pueden ir apenas la una sin la otra, y juntas las dos adquieren su desarrollo más extremo; tenemos la prueba de ello en América, donde, como ya hemos tenido ocasión de hacerlo observar en nuestros estudios sobre el teosofismo y el espiritismo, las peores extravagancias «pseudomísticas» nacen y se extienden con una increíble facilidad, al mismo tiempo que el industrialismo y la pasión por los «negocios» se llevan hasta un grado que confina la locura; cuando las cosas han llegado a eso, ya no es un equilibrio lo que se establece entre las dos tendencias, son dos desequilibrios que se suman uno al otro y, en lugar de compensarse, se agravan mutuamente.

René Guénon. Oriente y Occidente

El valor de la información

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La información es como el tiempo y como el dinero: su valor depende solo de lo que hagas con ellos, porque en sí mismos son absolutamente inútiles. Da igual a cuánta información tengas acceso si no sabes cómo emplearla, y sobre todo con qué objeto. La información se convierte en un tesoro en la medida en la que nos ayuda a pensar, a crear, a comprender, a ser, a estar presentes.

Jaime Buhigas. Laberintos

Las cosas verdaderas cambian

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Lo que hemos olvidado es que los pensamientos y las palabras son convenciones, y que es fatal tomar las convenciones con una seriedad excesiva. Una convención es una conveniencia social, como, por ejemplo, el dinero. El dinero nos libra de los inconvenientes del trueque pero es absurdo tomar el dinero demasiado seriamente, confundirlo con la auténtica riqueza, puesto que no sirve en absoluto para comer o para vestirse con él. El dinero es más o menos estático, puesto que el oro, la plata, el papel moneda o un saldo bancario pueden «permanecer quietos» durante largo tiempo. Pero la auténtica riqueza, como la comida, es perecedera.

Así, una comunidad puede poseer todo el oro del mundo, pero si no cuida de sus cosechas se morirá de hambre. De un modo algo parecido, los pensamientos, las ideas y las palabras son «monedas» que sustituyen a las cosas reales. No son esas cosas, y aunque las representan, en muchos aspectos no se corresponden en absoluto. Con los pensamientos y las cosas ocurre lo mismo que con el dinero y la riqueza: las ideas y las palabras están más o menos fijadas, mientras que las cosas verdaderas cambian.

Alan Watts. La Sabiduría de la inseguridad

Eso que llamamos éxito

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Producimos no ya para satisfacción propia, sino con el propósito abstracto de vender nuestra mercadería; creemos que podemos lograr cualquier cosa, material o inmaterial, comprándola, y de este modo los objetos llegan a pertenecemos independientemente de todo esfuerzo creador propio. Del mismo modo, consideramos nuestras cualidades personales y el resultado de nuestros esfuerzos como mercancías que pueden ser vendidas a cambio de dinero, prestigio y poder.

De este modo, se concede importancia al valor del producto terminado en lugar de atribuírsela a la satisfacción inherente a la actividad creadora. Por ello el hombre malogra el único goce capaz de darle la felicidad verdadera —la experiencia de la actividad del momento presente— y persigue en cambio un fantasma que lo dejará defraudado apenas crea haberlo alcanzado: la felicidad ilusoria que llamamos éxito.

Erich Fromm. El miedo a la libertad 

La tendencia a enriquecerse

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Afán de lucro, tendencia a enriquecerse, sobre todo a enriquecerse monetariamente en el mayor grado posible, son cosas que nada tienen que ver con el capitalismo. Son tendencias que se encuentran por igual en los camareros, los médicos, los conductores, los artistas, las cocottes, los funcionarios corruptibles, los jugadores; los mendigos, los soldados, los ladrones, los cruzados: en los hombres de todas las clases y condiciones, de todas las épocas y en todos los lugares de la tierra, en toda circunstancia que ofrezca una posibilidad objetiva de lograr una finalidad de lucro. 

Max Weber. Ética protestante y el espíritu del capitalismo

El único deseo noble

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El capitalismo se dirige a niños cuya insaciabilidad y deseo de consumir sin trabas van de la mano con la negación de la muerte. Por eso es morboso. El deseo furioso de dinero, que no es sino un deseo de prolongar el tiempo, es pueril y dañino. Nos hace olvidar el verdadero deseo, el único deseo noble, el deseo de amor. 

Bernard Maris. Houellebecq economista

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