La sabiduría no corrige nuestros defectos naturales. Hemos de escoger un modelo de hombre virtuoso.
Séneca. Cartas a Lucilio
Frases y fragmentos de libros que te harán pensar
La sabiduría no corrige nuestros defectos naturales. Hemos de escoger un modelo de hombre virtuoso.
Séneca. Cartas a Lucilio
La ansiedad por el futuro nos perturba. Debemos acomodarnos al presente y no proyectar nuestra mente en lo lejano.
Séneca. Cartas a Lucilio
Cuando estoy en silencio conmigo solo, me pregunto a qué cosa me parece semejante este afecto de ánimo, y con ningún ejemplo quedo más propiamente advertido que con el de aquellos que, habiendo salido de alguna grave y larga enfermedad, se ven todavía molestados de ligeros accidentes, y aun después de haber de todo punto desechado las reliquias de la indisposición, les inquietan sospechas, y estando ya sanos, dan el pulso a los médicos, desacreditando cualquier calor que sienten. Los cuerpos de estos no están enfermos, sino poco acostumbrados a la salud, sucediéndoles lo que al mar y a las lagunas, que aun después de cesar las tormentas y estar tranquilas y sosegadas, les quedan algunas mareas.
Séneca. De la tranquilidad del ánimo
Por ser muy propio de enfermos no durar mucho en un estado, tomando por remedio las mudanzas. De aquí nace el hacerse vagas peregrinaciones y el navegar remotos mares haciendo, ya en el agua y ya en la tierra, experiencia de la enemiga liviandad. Unas veces decimos que queremos ir a la provincia de Campania; y cuando nos cansa lo deleitable, pasamos a los bosques Brucios y Lucanos; y tras esto queremos que en la montaña se procure algún sitio de recreación en que los lascivos ojos se eximan de la prolija inmundicia de lugares hórridos; y para esto vamos a Taranto, y a su celebrado puerto y a otros sitios de cielo más templado, para pasar el invierno en las casas que fueron otro tiempo capaces y opulentas a su antigua población.
Luego decimos «Volvamos a la ciudad, porque ha muchos días que nuestras orejas carecen del estruendo y aplauso, y tenemos gusto de ver en los espectáculos derramar sangre humana, pasando de unas fiestas en otras.» Y de este modo, como dijo Lucrecio, anda cada uno huyendo de sí: pero ¿de qué le aprovecha, si nunca acaba de ejecutar la huida? Va siguiéndose a sí mismo, con que le molesta un pesado compañero. Conviene, pues, que nos desengañemos, confesando que la culpa no está en los lugares, sino en nosotros, que somos flacos para sufrir mucho tiempo el trabajo o el deleite, nuestras cosas o las ajenas.
Séneca. De la tranquilidad del ánimo
Si una persona entregara tu cuerpo a algún transeúnte, sin duda te enojarías. ¿Y por qué no sientes vergüenza cuando entregas tu mente al que te injuria, dejándote desconcertado y confundido?
Epicteto. El Enchiridion
¿Quién hay que tenga valor para decirse la verdad a sí mismo? ¿Quién es el que, metido entre la multitud de aduladores, no se lisonjeó?
Séneca. De la tranquilidad del ánimo
Recuerda que el deseo exige el logro de aquello que uno desea; y aversión exige evitar aquello a lo que tú te opones; que el que falla en obtener el objeto de sus deseos se decepciona; y el que obtiene el objeto de su aversión se vuelve miserable.
Epicteto. El Enchiridion
Todos estamos atados a la fortuna; pero la cadena de unos es de oro y floja, la de otros estrecha y abatida. Pero ¿de qué importancia es esta diferencia, si es una misma la cárcel en que estamos todos, estando también presos en ella los mismos que hicieron la prisión?
Séneca. De la tranquilidad del ánimo
A la manera que suelen desazonarte los juegos del anfiteatro y otros espectáculos semejantes, porque se ve siempre lo mismo, y la monotonía engendra tedio en el espectáculo, del mismo modo podrá también sucederte a lo largo de tu vida; puesto que todas las cosas, de arriba abajo, son siempre las mismas y provienen de idénticas causas. Y esto ¿hasta cuándo?
Marco Aurelio. Meditaciones
Igual que se tiene idea de lo que son las viandas cocidas y otros alimentos semejantes, al decir que esto es un cadáver de pescado, aquello un cadáver de pájaro o de lechón; o también que el falerno no es más que el zumo de un género de uva; la toga pretexta, lana de oveja teñida en sangre de marisco; y por lo respectivo al placer del amor, que no es éste más que un contacto de nervios y excreción de humor, acompañado de una convulsión; igual que estas ideas alcanzan de lleno los mismos objetos y penetran en su interior, de suerte que se ve lo que son en realidad; del mismo modo conviene obrar en todo el discurso de la vida.
Al parecerte los objetos acreedores a la más honda confianza, despójalos, observa en el fondo su ruindad, y arráncales esta corteza de que se glorían. Que es el orgullo un peligroso sofista, y cuando piensas dedicarte más que nunca a las cosas graves, es cuando mayormente te engaña.
Marco Aurelio. Meditaciones