Aceptar lo involuntario como parte de uno mismo no quiere decir que uno pueda controlarlo. No podemos hacer que nos crezca el pelo más rápido, que el vientre no nos haga ruido o que la sangre nos circule en sentido inverso. Pero al comprender que estos procesos forman parte de nosotros mismos tanto como los voluntarios, uno renuncia a ese programa crónico, pero estéril, de hacerse cargo de la creación, de manipularlo todo obsesivamente y sentirse obligado a controlarlo: uno mismo y su mundo.
Paradójicamente, entenderlo así aporta una sensación de libertad más amplia. El voluntarioso ego puede ocuparse conscientemente de un máximo de dos o tres cosas al mismo tiempo. Sin embargo, y sin la menor duda del ego, en este momento el organismo total está coordinando millones de procesos simultáneamente, desde las complejidades de la digestión a las de la transmisión neutral, sin hablar de la coordinación de la información conceptual.
Esto requiere una sabiduría infinitamente mayor que las tretas superficiales de las que tanto se enorgullece el ego. Cuanto más capacitados estamos para apoyarnos en el centauro, más capaces somos de asentar nuestra vida en este vasto almacén natural de prudencia y libertad.
Ken Wilber. La conciencia sin fronteras