Recordemos, antes que nada, que el humor es solo una técnica, una herramienta, un arma como otro cualquiera, cuyo efecto específico consiste en disolver, corroer y desmontar estructuras, y que por tanto, hablar de «humor corrosivo» es caer en una pura redundancia.
Cualquier poder que aspire a perpetuarse debe no ya reprimir o directamente eliminar a bufones, albardanes e impíos–como, diríamos, ocurriera en el pasado–, sino más bien generarlos en su seno, alimentarlos y distribuirlos correctamente para la implantación de su humor; un humor que recibirá todos los honores de Estado y cuya oficialidad no sofocará quizá todo conato de humor enemigo, pero sí al menos su temible propagación.
No sorprende, por tanto, que los actuales aficionados a la stand-up comedy tengan el rictus mortecino, pues con dicho humor ocurre más o menos lo mismo que con la felicidad: cuanto más tiempo le dedicas, menos hueco vas dejando para la alegría.
Jorge Freire. Agitación. Sobre el mal de la impaciencia