Nuestros contemporáneos son incesantemente atormentados por dos pasiones enemigas: sienten la necesidad de ser guiados y el deseo de permanecer libres. No pudiendo destruir ni el uno ni el otro de estos instintos contrarios, se esfuerzan en satisfacer a los dos al mismo tiempo. Imaginan un poder único, tutelar, todopoderoso, pero elegido por los ciudadanos. Combinan la centralización y la soberanía del pueblo. Esto les da algún respiro. Se consuelan de estar tutelados, pensando que son ellos mismos los que eligen a sus tutores. Cada individuo soporta que le aten, porque ve que no es un hombre ni una clase, sino el mismo pueblo, quien sostiene el extremo de la cadena. En este sistema, los ciudadanos salen un momento de la dependencia para indicar a su amo, y vuelven a entrar.
Alexis de Tocqueville. La democracia en América