Mientras el trabajador aplica cada vez más su inteligencia al estudio de un solo detalle, el amo pasea cada día su mirada sobre un conjunto más vasto, y su espíritu se extiende en la misma proporción que el del otro encoge…
El uno se parece cada vez más al administrador de un vasto imperio, y el otro a una bestia. El amo y el trabajador no tienen aquí, pues, nada parecido, y difieren cada día más. Solo se aguantan como las dos anillas extremas de una larga cadena. Cada uno ocupa un lugar hecho para él y que no abandona. Uno se encuentra en una dependencia continua, estrecha y necesaria del otro, y parece nacido para obedecer, como el otro para mandar. ¿Qué es esto sino la aristocracia?
Alexis de Tocqueville. La democracia en América