Jamás discutamos con fanáticos empedernidos. Porque no contendemos con un hombre, sino con un ejército formidable, cuyos aliados invisibles, apostado a retaguardia del tiempo y del espacio, no pueden oírnos. Guardando las espaldas a nuestro contrincante están los modeladores de su cerebro y de sus ideas, es decir, sus padres, maestros y amigos, la casta social a que pertenece y, en fin, el innumerable séquito de muertos ilustres, que nos oponen su orgullo dogmático y sus errores a veces interesados. ¿Cómo vamos a convencer a difuntos y ausentes?
Santiago Ramón y Cajal. Charlas de café