No es el hombre quien se ha dado a sí mismo el gusto por el infinito y el amor de lo que es inmortal. Estos instintos sublimes no nacen de un capricho de su voluntad; tienen su fundamento inmóvil en su naturaleza; existen a pesar de sus esfuerzos. El hombre puede equivocarlos y deformarlos, pero no destruirlos. El alma tiene necesidades que satisfacer; y, por muchos esfuerzos que se hagan para distraerla de sí misma, pronto se aburre, se inquieta y se agita en medio de los goces de los sentidos.
Alexis de Tocqueville. La democracia en América