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Así se aprende

Frases y fragmentos de libros que te harán pensar

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Frases y fragmentos de libros que te harán pensar

Frases de Identidad

La víctima es el héroe

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La víctima es el héroe de nuestro tiempo. Ser víctima otorga prestigio, exige escucha, promete y fomenta reconocimiento, activa un potente generador de identidad, de derecho, de autoestima. Inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la inocencia más allá de toda duda razonable. (…) (…) No somos lo que hacemos, sino lo que hemos padecido, lo que podemos perder, lo que nos han quitado. 

Daniele Giglioli. Crítica de la víctima

Las personas se transforman en cosas

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Las personas se transforman en cosas; sus relaciones mutuas adquieren el carácter de propiedades. El “individualismo”, que en su sentido positivo significa liberarse de las cadenas sociales, en su sentido negativo significa “ser propietario de sí mismo”, tener el derecho (y la obligación) de gastar nuestras energías en alcanzar el éxito personal. (…) (…) Consideramos el yo como algo que poseemos, Y esta “cosa” es la base de nuestro sentimiento de identidad.

Erich Fromm. Tener o ser

Un uso pervertido de la cultura

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La relación del sujeto con la cultura es, sin duda, de aprendizaje y de adquisición, pero no de auto-justificación: porque la cultura no debe servirle para construir una imagen de su yo en busca de reconocimiento —si eso ocurre, se trataría de un uso pervertido de la cultura (el nazismo procedió de esa perversión)—.

François Jullien. La identidad cultural no existe

Sentir la humillación

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Una persona se siente humillada cuando, a ella o él, se le «muestra brutalmente, mediante palabras, acciones o acontecimientos, que no puede ser quien cree que es […] La humillación es la experiencia de ser derribado, oprimido, reprimido o empujado hacia fuera». 

Dennis Smith. Globalization: The Hidden Agenda

Pagar el precio de la entrada

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En nuestra sociedad de consumidores, la necesidad de replicar el estilo de vida recomendado en el momento por los últimos ofrecimientos del mercado y elogiados por portavoces pagados o voluntarios —y, pues, también por implicación, la compulsión de revisar perpetuamente la propia identidad y la imagen pública— ha dejado de asociarse a la coerción (una coerción externa y, por esta razón, especialmente ofensiva y enojosa). Al contrario, tienden a percibirse como manifestaciones de libertad personal (halagadora y gratificante).

Solo si una persona intenta desentenderse y retirarse de la búsqueda de una identidad elusiva y siempre inacabada, o si se le hace el vacío y se le aleja de la caza o se le niega la admisión a priori, se dará cuenta de cuán limitada es esta libertad, qué poderosas son las fuerzas que poseen y gestionan el circuito, vigilan las entradas y empujan a los corredores a correr; y solo entonces esta persona descubrirá qué severo es el castigo impuesto a los desventurados insubordinados. Que es así solo lo saben bien las personas que no disponen de cuenta bancaria o tarjeta de crédito y no pueden permitirse pagar el precio de la entrada.

Zygmunt Bauman. El arte de la vida

La diferencia amenazante

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La capacidad de convivir con las diferencias, por no hablar de disfrutar de ellas y aprovecharlas, no se adquiere fácilmente, y por cierto no viene sola. Esa capacidad es un arte que, como todas las artes, requiere estudio y ejercicio. La incapacidad de enfrentarse a la irritante pluralidad de los seres humanos y a la ambivalencia de todas las decisiones de clasificación/archivo es, por el contrario, espontánea y se refuerza a sí misma: cuanto más efectivos son el impulso hacia la homogeneidad y los esfuerzos destinados a eliminar las diferencias, tanto más difícil resulta sentirse cómodo frente a los extraños, ya que la diferencia parece cada vez más amenazante y la angustia que provoca parece cada vez más intensa.

Zygmunt Bauman. Modernidad líquida

Elegir un grupo

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Mientras se convoca a las personas a elegir entre competitivos grupos de referencia de identidad, simultáneamente se les dice que no tienen elección, que lo único que pueden elegir es el grupo específico al que “pertenecen”.

Zygmunt Bauman. Modernidad líquida

El trabajo gratificante

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El “trabajo” ya no puede ofrecer un huso seguro en el cual enrollar y fijar definiciones del yo, identidades y proyectos de vida. Tampoco puede ser pensado como fundamento ético de la sociedad, ni como eje ético de la vida individual. En cambio, el trabajo ha adquirido –así como otras actividades de la vida– un significado mayormente estético. Se espera que resulte gratificante por y en sí mismo, y no por sus genuinos o supuestos efectos sobre nuestros hermanos y hermanas de la humanidad o sobre el poderío de nuestra nación, y menos aun sobre el bienestar de las generaciones futuras.

Solo unas pocas personas –y en contadas ocasiones– pueden reclamar el privilegio, el honor y el prestigio de realizar un trabajo que sea de importancia y beneficio para el bien común. Ya casi nunca se considera que el trabajo “ennoblezca” o que “haga mejores seres humanos” a sus ejecutores, y rara vez se lo admira o elogia por esa razón. Por el contrario, se lo mide y evalúa por su valor de diversión y entretenimiento, que satisface no tanto la vocación ética, prometeica, de un productor o creador, como las necesidades y deseos estéticos de un consumidor, un buscador de sensaciones y coleccionista de experiencias. 

Zygmunt Bauman. Modernidad líquida

Su cultura única

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Tampoco es raro que, sin mucha consideración por la lógica, otras comunidades que reclaman sus propios “nichos dentro de la sociedad” no vacilen en adornarse también con el oropel robado de la etnicidad y se esfuercen por inventar sus propias raíces, tradiciones, historia compartida y futuro común –pero siempre, en primer lugar, su cultura aparte y única, que, precisamente por su putativo carácter único, posee, según esas comunidades, “un valor en sí misma”–. 

Zygmunt Bauman. Modernidad líquida

Los intereses comunes

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Esa inseguridad se convierte en un círculo vicioso. Como el arte de negociar los intereses comunes y el destino compartido ha caído en desuso, se lo practica rara vez, está semiolvidado o nadie lo domina; y como la idea del “bien común” (por no hablar de la “buena sociedad”) se ha vuelto sospechosa, amenazante, nebulosa o confusa, buscar la seguridad en una identidad común en vez de buscarla en un pacto de intereses compartidos se vuelve la manera más sensata, incluso más efectiva y ventajosa, de seguir adelante; pero la preocupación por la identidad y su defensa contra la polución hacen que la idea de los intereses comunes, y más notablemente de los intereses comunes negociados, parezca cada vez más increíble y fantasiosa, anulando prácticamente la capacidad y la voluntad de encontrarlos.

Zygmunt Bauman. Modernidad líquida

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