Ni siquiera en un solo momento pierde el actor de cine su conciencia del fenómeno. En tanto se halle ante la cámara sabrá que en definitiva será con el espectador que tendrá que vérselas, o sea, con el consumidor que conforma el mercado, un mercado al que se dirige no solamente con su fuerza laboral, sino asimismo con su propia piel, sus vísceras… Mercado que –cuando establece que actuará para él– le resulta en tan escasa medida aprehensible como resulta serlo para todo producto que proviene de una factoría. Acaso, ¿no tendrá ello que ver con la angustia que, de acuerdo con Pirandello, atormenta al actor frente a la máquina? Al agotamiento del aura el cine le contesta con una artificiosa elaboración de la personalidad más allá de los límites de los estudios cinematográficos. Se trata del “culto a las estrellas de cine”, impulsado por el capital de esta actividad, el que preserva esa magia propia de la personalidad, mas disminuida desde hace mucho, degrada hasta la escala de la dañada magia de su índole como mercancía.
Walter Benjamin