En nuestra sociedad de consumidores, la necesidad de replicar el estilo de vida recomendado en el momento por los últimos ofrecimientos del mercado y elogiados por portavoces pagados o voluntarios —y, pues, también por implicación, la compulsión de revisar perpetuamente la propia identidad y la imagen pública— ha dejado de asociarse a la coerción (una coerción externa y, por esta razón, especialmente ofensiva y enojosa). Al contrario, tienden a percibirse como manifestaciones de libertad personal (halagadora y gratificante).
Solo si una persona intenta desentenderse y retirarse de la búsqueda de una identidad elusiva y siempre inacabada, o si se le hace el vacío y se le aleja de la caza o se le niega la admisión a priori, se dará cuenta de cuán limitada es esta libertad, qué poderosas son las fuerzas que poseen y gestionan el circuito, vigilan las entradas y empujan a los corredores a correr; y solo entonces esta persona descubrirá qué severo es el castigo impuesto a los desventurados insubordinados. Que es así solo lo saben bien las personas que no disponen de cuenta bancaria o tarjeta de crédito y no pueden permitirse pagar el precio de la entrada.
Zygmunt Bauman. El arte de la vida