Un escritor democrático dirá de buen grado de una manera abstracta las capacidades en lugar de los hombres capaces, y sin entrar en el detalle de las cosas a las que se aplica esta capacidad. Hablará de las actualidades para describir de una sola vez las cosas que ocurren en ese momento delante de sus ojos, y utilizará eventualidades para abrazar todo lo que puede pasar en el universo a partir del momento en que habla.
Los escritores democráticos crean constantemente palabras abstractas de este tipo, o cogen en un sentido cada vez más abstracto las palabras abstractas de la lengua. Además, para hacer el discurso más rápido, personifican el objeto de estas palabras abstractas y lo hacen actuar como un individuo real. Dirán que «la fuerza de las cosas quiere que las capacidades gobiernen».
No puedo hacer nada mejor que ilustrar mi pensamiento con mi propio ejemplo: Yo he hecho uso a menudo de la palabra igualdad en un sentido absoluto; además, he personificado la igualdad en varios lugares, y así he llegado a decir que la igualdad hacía ciertas cosas, o se abstenía de hacer ciertas otras. Se puede afirmar que los hombres del siglo de Luis XIV no habrían hablado de esta manera; a ninguno de ellos les habría pasado por la cabeza usar la palabra igualdad sin aplicarla a algo particular, habrían renunciado a usarla antes que aceptar convertir la igualdad en una persona viva.
Estas palabras abstractas que llenan las lenguas democráticas, y de que se hace uso en todo momento sin vincularlas a ningún hecho particular, ensanchan y empañan el pensamiento; hacen la expresión más rápida y la idea menos nítida. Pero, en materia de lengua, los pueblos democráticos prefieren la oscuridad que el esfuerzo.
Así, pues, los hombres que viven en los países democráticos tienen a menudo pensamientos vacilantes; necesitan expresiones muy largas para contenerlos. Como nunca saben si la idea que expresan hoy convendrá a la situación nueva que tendrán mañana, conciben naturalmente un gusto por los términos abstractos. Una palabra abstracta es como una caja de doble fondo: uno mete las ideas que quiere, y las saca sin que lo vea nadie.
Alexis de Tocqueville. La democracia en América