Los moralistas se quejan constantemente de que el vicio favorito de nuestra época es el orgullo. Esto es verdad en cierto sentido: no hay nadie, en efecto, que no crea valer más que su vecino y que acepte obedecer a su superior. Pero es muy falso en otro sentido; porque este mismo hombre, que no puede soportar ni la subordinación ni la igualdad, sin embargo, se desprecia a sí mismo hasta el punto de que se cree hecho solo para saborear placeres vulgares. Se detiene normalmente en deseos mediocres sin osar embarcarse en altas empresas; apenas se las imagina.
Alexis de Tocqueville. La democracia en América