Con el peso de los años y el aprendizaje de la vida, uno ha llegado a la conclusión de que todo es cambiante, fluido, tornasolado. Esto no es perder la fe. Por el contrario, es aumentarla, porque es creer en más cosas, en más ideas, en más hombres, en un más rico muestrario de posibilidades y, en fin, en una superación ilimitada de la condición humana. Y que siempre es mejor bordear el precipicio o la cumbre a esperar que suenen las trompetas de Jericó o a que llegue un Moisés que tienda un puente sobre el abismo. Por supuesto también, uno ya no aborrece ciegamente a los fanáticos, sino que siente lástima de ellos, porque lo contrario sería ser fanático de algo, aunque sea del antifanatismo. Y no, claro. No se merecen esa capitulación siquiera.
Ángel Mª De Lera. Los Fanáticos