Si el oficio es algo propio del hombre, y una manifestación o expansión de su propia naturaleza, es fácil comprender que pueda servir de base a una iniciación, e incluso que sea, en el caso general, lo más adecuado para este fin. En efecto, si el objetivo de la iniciación es esencialmente ir más allá de las posibilidades del individuo humano, no es menos cierto que solo puede tomar como punto de partida a este individuo tal como es, pero, por supuesto, tomándolo en cierto modo por su lado superior, es decir, apoyándose en lo que hay en él más propiamente cualitativo. De ahí la diversidad de vías iniciáticas, es decir, en definitiva, los medios utilizados como “soportes”, conforme a la diferencia de las naturalezas individuales, interviniendo esta diferencia tanto menos, por otra parte, cuanto más avanza el ser en su camino y se acerca así a la meta que es la misma para todos.
Los medios así empleados sólo pueden ser eficaces si corresponden realmente a la naturaleza misma de los seres a los que se aplican; y como es necesario proceder de lo más accesible a lo menos accesible, de lo exterior a lo interior, es normal tomarlos de la actividad por la que esta naturaleza se manifiesta en el exterior. Pero sobra decir que esta actividad sólo puede desempeñar tal papel en la medida en que traduce efectivamente la naturaleza interior; se trata, pues, de una verdadera cuestión de “cualificación”, en el sentido iniciático del término; y en condiciones normales, esta “cualificación” debería exigirse para el ejercicio de la propia profesión.
Esto concierne al mismo tiempo a la diferencia fundamental entre la enseñanza iniciática, e incluso más generalmente toda la enseñanza tradicional, y la enseñanza profana. Lo meramente “aprendido” del exterior no tiene aquí ningún valor, sea cual sea la cantidad de las nociones así acumuladas (pues también en esto se manifiesta claramente el carácter cuantitativo del “conocimiento” secular); de lo que se trata es del “despertar” de las posibilidades latentes que el ser lleva en sí mismo (y éste es, en esencia, el verdadero sentido de la “reminiscencia” platónica).
René Guénon. El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos