—La condición del hombre tiranizado por sus pasiones es la misma que la de un Estado oprimido por un tirano;
Platón. La República
Frases y fragmentos de libros que te harán pensar
—La condición del hombre tiranizado por sus pasiones es la misma que la de un Estado oprimido por un tirano;
Platón. La República
—Vive al día. El primer deseo que se presenta es el primero que satisface. Hoy tiene deseo de embriagarse entre canciones báquicas y mañana ayunará y no beberá más que agua. Tan pronto se ejercita en la gimnasia como está ocioso y sin cuidarse de nada. Algunas veces es filósofo, las más es hombre de Estado; sube a la tribuna, habla y obra sin saber lo que dice ni lo que hace. Un día envidia la condición de los guerreros y hele aquí convertido en guerrero; otro día se convierte en negociante, por envidia de los negociantes. En una palabra, en su conducta no hay nada fijo, nada de arreglado; y llama a la vida que pasa, vida libre y agradable, vida dichosa. —Nos has pintado al natural la vida de un amigo de la igualdad —dijo. —Este hombre, que reúne en sí toda clase de costumbres y de caracteres, tiene toda la gracia y la variedad del Estado popular; y no es extraño que tantas personas de uno y otro sexo encuentren tan encantador un género de vida en el que aparecen unidas casi todas las clases de gobiernos y caracteres.
Platón. La República
—Es claro que en todo Estado en que veas pobres —dije yo—, hay ladronzuelos, rateros, sacrílegos y malvados de todas especies.
Platón. La República
Nuestros contemporáneos son incesantemente atormentados por dos pasiones enemigas: sienten la necesidad de ser guiados y el deseo de permanecer libres. No pudiendo destruir ni el uno ni el otro de estos instintos contrarios, se esfuerzan en satisfacer a los dos al mismo tiempo. Imaginan un poder único, tutelar, todopoderoso, pero elegido por los ciudadanos. Combinan la centralización y la soberanía del pueblo. Esto les da algún respiro. Se consuelan de estar tutelados, pensando que son ellos mismos los que eligen a sus tutores. Cada individuo soporta que le aten, porque ve que no es un hombre ni una clase, sino el mismo pueblo, quien sostiene el extremo de la cadena. En este sistema, los ciudadanos salen un momento de la dependencia para indicar a su amo, y vuelven a entrar.
Alexis de Tocqueville. La democracia en América
Los siglos democráticos son tiempos de pruebas, de innovaciones y de aventuras. Siempre hay una multitud de hombres que están comprometidos en una empresa difícil o nueva que persiguen aparte, sin preocuparse por sus semejantes. Estos aceptan, por principio general, que el poder público no debe intervenir en los asuntos privados; pero, como excepción, cada uno de ellos desea que le ayude en el asunto especial que le preocupa, y trata de atraer la acción del gobierno hacia su parte, queriendo restringirla en todas las demás.
Como una multitud de hombres tienen al mismo tiempo sobre un puñado de objetos diferentes esta visión particular, la esfera del poder central se extiende imperceptiblemente, si bien cada uno de ellos desea restringirla. Un gobierno democrático aumenta, pues, sus atribuciones por el solo hecho de durar. El tiempo trabaja a su favor; todos los accidentes le benefician; las pasiones individuales le ayudan incluso inconscientemente, y se puede decir que se hace más centralizado cuanto más vieja es la sociedad democrática.
Alexis de Tocqueville. La democracia en América
Las ideas de libertad o democracia se deterioran hasta el punto de no ser ya otra cosa que una fe irracional cuando no están basadas en la experiencia productiva de cada individuo, sino que le son presentadas a éste por partidos políticos o Estados que le obligan a creer en ellas…
El hombre no puede vivir sin fe. El problema decisivo para nuestra propia generación y la venidera consiste en si esta fe será una fe irracional en los líderes, en las máquinas y en el éxito, o la fe racional en el hombre, basada en la experiencia de nuestra propia actividad productiva.
Erich Fromm. Ética y psicoanálisis
En Europa hay naciones en las que el habitante se considera como una especie de colono indiferente al destino del lugar donde vive. Los cambios más grandes sobrevienen en su país sin su contribución; no sabe ni siquiera qué ha pasado con exactitud; lo imagina; ha oído contar el evento por azar. Más aún, la fortuna de su ciudad, el aseo de su calle, la suerte de su iglesia y de su rectoría no le afectan en absoluto; piensa que todas estas cosas no le conciernen, y que pertenecen a un poder extraño que se llama el gobierno. Disfruta de estos bienes como un usufructuario, sin sentido de propiedad y sin ideas de mejora de ningún tipo.
Este desinterés por él mismo llega tan lejos que si su propia seguridad o la de sus hijos se ve finalmente comprometida, en vez de ocuparse de alejar el peligro, pliega los brazos para esperar a que la nación entera le ayude. Este hombre, por otra parte, aunque haya hecho un sacrificio tan completo de su libre albedrío, no ama más que otro la obediencia. Se somete, ciertamente, a la voluntad de un funcionario; pero se complace en hacer frente a la ley como un enemigo vencido luego que la fuerza se retira.
Por eso vemos que oscila constantemente entre la servidumbre y el libertinaje. Cuando las naciones llegan a este punto, deben modificar sus leyes y sus costumbres, o desaparecer, porque la fuente de las virtudes públicas se han secado: aún se encuentran súbditos, pero ya no hay ciudadanos.
Alexis de Tocqueville. La democracia en América