Sin embargo, nos damos cuenta de que antes de convertirnos en piedras nos convertiremos en algo distinto, porque también esto es ahora para nosotros un motivo de asombro: la extrema lentitud con la que envejecemos. Conservamos durante mucho tiempo aún la costumbre de creernos «los jóvenes» de nuestro tiempo, de modo que cuando oímos hablar de «jóvenes» volvemos la cabeza como si se hablara de nosotros, costumbre que tiene raíces tan profundas que quizá no la perderemos hasta habernos convertido del todo en piedras, es decir en la vigilia de la muerte.
Natalia Ginzburg. Las tareas de la casa y otros ensayos