Y hoy el público acepta aburrirse. Hoy el público acepta contemplar durante horas, inmóvil, un objeto inmóvil. Acepta no entender, no recibir explicaciones, tener delante cosas indescifrables y no descifrarlas. Por no sé qué malentendido ha nacido la idea de que el aburrimiento resulta de algún modo necesario, obligado e indisolublemente ligado a las más altas actividades del espíritu. El público se ha vuelto extrañamente dócil, sumiso y paciente.
Natalia Ginzburg. Las tareas de la casa y otros ensayos