El terrorismo de las Buenas Obras no se parece a ningún otro. Tiene la pinta del tiempo que se evapora, de los mareos provocados por el licor, de los atentados con eufemismos, de los salvajes bombardeos con buenas palabras.
Querer “denunciarlo” es ya adoptar su lenguaje. Identificar sus elementos es una hazaña casi imposible. Lo mismo que buscar a sus responsables. La invasión hacia la que caminamos, un poco encorvados pero sonrientes, a regañadientes a veces pero fascinados, tiene esto de particular: que estamos obligados a analizar mediante artificios sus componentes si queremos hablar de ella.
Podemos decir “los medios”, “el espectáculo”, “las imágenes”, pero nunca será del todo eso. Pocas palabras llegan a la altura de ese Algo que huye sin cesar empapándonos completamente de su euforia.
Philippe Muray. El Imperio del Bien