De la misma forma que a todos nos gustan los cuentos de amor porque tenemos una inclinación amorosa, a todos nos gustan los cuentos maravillosos porque tocan la fibra de nuestra capacidad de asombro y maravilla. La prueba es que cuando éramos niños pequeños no necesitábamos cuentos de hadas: sólo necesitábamos cuentos. La vida normal nos parecía suficientemente fascinante.
G.K. Chesterton. La ética en el país de los duendes