En realidad, la violencia, como demostró Freud con precisión y con alcance de miras, genera apego persistente al objeto golpeado, como sucede justamente en el mito freudiano de la horda primordial, donde el gesto parricida de los hermanos da lugar a la fundación del tótem y al sentimiento de culpa. No, no es el odio lo que nos puede separar del Otro. El odio nos vincula eternamente al objeto. No es una modalidad de separación, sino un modo de no separarse nunca.
Massimo Recalcati. ¿Qué queda del padre?