Sin embargo, parece –y por razones que pronto se verán destaco la palabra «parece»– que entre nosotros hay muy pocos que vivan únicamente en el ahora. Nos demoramos en ayeres y estamos siempre soñando con mañanas, y así nos inmovilizamos con las tortuosas cadenas del tiempo y nos atamos a los fantasmas de cosas que no están realmente presentes.
Disipamos nuestras energías en la niebla fantástica de recuerdos y expectativas, y así despojamos al presente vivo de su realidad fundamental y lo reducimos a un «presente especioso», un magro presente que apenas si aguanta uno o dos segundos, una pálida sombra del Presente eterno. Incapaces de vivir en el presente intemporal y de bañarnos en los deleites de la eternidad, buscamos –como anémicos sustitutos– las meras promesas del tiempo, en la renovada esperanza de que el fruto nos aporte aquello de lo que tan lamentablemente carece el flaco presente.
Ken Wilber. La conciencia sin fronteras